La obra inmortal de Miguel de Cervantes se ha prestado a un sinnúmero de monografías y comentarios. En ella laten y se dibujan temas de vasto y profundo interés prescindiendo de estudios de carácter extrínseco, el contenido ideológico del Quijote ha servido a muchos autores, cervantistas ilustres, para escribir análisis que han hecho resaltar más el valor intrínseco de la obra. Ejemplos: la filosofía, el ideal de Justicia, las ideas económicas, &c.

Leyendo La vida de Don Quijote y Sancho, de Unamuno, se nos ocurrió hace años relacionar los textos del Quijote en los que aparece el concepto de «verdad». Este artículo es el fruto recogido de una paciente lectura. Hemos acotado alrededor de 560 textos. En la primera parte más de 220 veces leemos las palabras «verdad», «de veras», «en verdad», «verdadero», «verdaderamente», y otros matices de esta raíz; en la segunda, 340 más o menos. Resalta entre todas la frase «real y verdaderamente», como se verá.

A nuestro juicio, Cervantes distingue dos clases de locura: la locura «de veras» y la locura fingida, mejor dicho, no de veras, pues es cordura del genio que lleva aneja cierto desequilibrio nervioso. Esta es locura de amor, propia de seres privilegiados que aspiran a levantar a la humanidad a un ideal. El genio y la locura se tocan. Aquélla es la locura ordinaria, la del manicomio, si bien sea verdad que ni son todos los que están, ni están todos los que son.

En un párrafo del capítulo 25 de la primera parte, dice Don Quijote a Sancho: «Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si fuese tal cual a mi fe se le debe, acabarse han mi ‘sandez’ y mi penitencia; y si fuese al contrario, seré loco de veras.» Esto es: de corresponderle Dulcinea del Toboso, la señora de sus pensamientos, se terminará su «locura de amor»: de no suceder así, será «loco de veras». El Quijote se presta para un estudio formidable sobre la «locura» en un sentido mucho más profundo que lo hiciera Erasmo.

Diferencia, y muy grande, existe para Cervantes entre el mundo ideal, platónico del pensamiento, y el de la triste realidad, material y tangible. Ambos son realidades, y verdaderas, porque la realidad es la verdad. «Real y verdaderamente» era para Don Quijote una bacía de barbero el yelmo de Mambrino (1ª parte, cap. 25); «verdaderamente» grandes e inauditas son las cosas que ven los caballeros andantes (Ib. cap. 37); «realmente y en efecto» el barbero y el cura no eran tales (Ib. capítulo 48); y «real y verdaderamente» le parecieron a Don Quijote los personajes representados en el retablo de las maravillas (2ª parte, cap. 26). Más, por otra parte, «real y verdaderamente» eran para Sancho su manteamiento (1ª parte, capítulo 37), y «real y verdaderamente» para otros los encantamientos de la venta (Ib. Cap. 45). «Verdaderamente» eran perjudiciales para el canónigo los libros de caballería (Ib. cap. 47); «real y verdaderamente» no habían existido, según el cura, los caballeros andantes (2ª parte, cap. 1); «firme y verdaderamente» cree Sancho en Dios (Ib. cap. 8); «real y verdaderamente» quiere dejar el caballero del Bosque las borracherías de los caballeros andantes (Ib. cap. 13); «verdaderamente y sin escrúpulo» era Don Quijote para Sancho un mentecato (Ib. cap. 33); «real y verdaderamente» era Dulcinea del Toboso, a juicio de la duquesa, la villana que dio el salto sobre la pollina (Ib. cap. 33); y «real y verdaderamente» el son que se escuchaba era tristísimo y melancólico (Ib. capítulo 36); «real y verdaderamente» hay que mostrarse agradecidos a Cide Hamete Benengeli (Ib. cap. 40); Sancho en la ínsula Barataria vio a un viejo en un juicio jurar haber pagado a otro «real y verdaderamente» diez escudos de oro (Ib. capítulo 45); «verdaderamente» parece que alegraban el corazón de Teresa Panza los corales regalados por la Duquesa (Ib. capítulo 50); lo que «real y verdaderamente» tenía el ventero eran dos uñas de vaca… (Ib. cap. 59); y «verdaderamente» creyeron los dos caballeros que éstos eran los «verdaderos» Don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés (el Avellaneda) (Ib.). Por fin, «verdaderamente» se muere, y «verdaderamente» está cuerdo Alonso Quijano el Bueno (Ib. cap. 74). «Verdaderamente»… fue siempre de apacible condición, y en la fosa «real y verdaderamente» yace tendido de largo a largo Don Quijote (Ib.).

Son suficientes los textos anteriores para demostrar la preocupación de Cervantes respecto de la idea de «verdad». Nada de particular en ello. El caballero andante profesa en una Orden cuyo lema es la «verdad»; la mentira y la falsedad no caben en su vida. Pero es un hombre que obra por un ideal, está absorbido por él, está loco por él; no sabe fingir ni disimular; aspira a conseguir la verdad por la verdad; sueña «real y verdaderamente» en el ideal. No obstante, hay también una realidad que es verdad, la que ven nuestros ojos, oyen nuestros oídos y tocan nuestras manos «real y verdaderamente». Y vivimos en este ambiente, queramos o no queramos; se impone a nosotros con una fuerza irresistible.

No es, ciertamente, un estudio metafísico el que se descubre en el Quijote, pero sí un estudiado empeño por resaltar el concepto de verdad, distinta para el loco genial y para el hombre que pulsa la realidad.

Ahora bien, estos dos temas generales sobre la verdad y la locura aparecen con frecuencia a través de la obra cervantina, pero es en los capítulos 1º y 2º de la segunda parte del Quijote donde resaltan con especial notoriedad. Para hacer un comento y exponer algunas reflexiones, es muy conveniente conocer, de antemano, el contenido de ambos capítulos.

Capítulo primero. En la enfermedad que Don Quijote sufrió a raíz del apaleamiento que se describe en el último capítulo de la primera parte (52) creyeron la sobrina y el ama que Don Quijote «iba dando muestras de estar en su entero juicio». No obstante, al visitarle el cura y el barbero tentaron probar si era falsa o verdadera la sanidad de su amigo, si bien al principio no quisieron tocar en la conversación ningún tema de la caballería andante. La locura de Don Quijote apareció nada más proponer el cura la noticia de la Corte de que los turcos iban a atacar a la cristiandad, que el Rey (Felipe III) fortificaba las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta. Don Quijote se propone como árbitro, recomendando a los caballeros andantes como los únicos que pueden derrotar a los turcos. De este modo manifiesta seguir tan loco como antes. Con este motivo el barbero refiere el cuento de un loco, al que creyeron ya sano, y que al irlo a sacar del manicomio, mostró de repente su locura, haciéndose pasar por Neptuno, a la par que otro loco decía ser Júpiter tonante.

Don Quijote se da por aludido, mas no por ofendido; antes al contrario, ensalza a la Orden de la andante caballería, mencionando a los más famosos caballeros andantes que él cree existieron en carne y hueso, «real y verdaderamente». Esta idea de la verdad y certeza con que había Don Quijote, plantea el problema interesante de las relaciones entre la verdad y la locura, que no es otra cosa sino el problema del idealismo. Cuando habla de Orlando, el protagonista de la obra famosa de Ariosto, el gran cantor de la belleza de Angélica, menciona a dos poetas españoles, el uno andaluz y el otro castellano, que escribieron sobre ella; el primero fue Luis Barahona de Soto (de Lucena), que escribió la primera parte de Las lágrimas de Angélica, en 12 cantos, impresa en Granada el 1586; el segundo fue Lope de Vega, autor de La hermosura de Angélica, impresa en Barcelona el año 1604.

Capítulo segundo. Queriendo Sancho Panza entrar en la casa de Don Quijote, su amo, se lo impedían la sobrina y el ama. Al echarle en cara éstas, de que él era el causante de las locuras del Ingenioso Hidalgo, y al oír éste tal pendencia salió en busca de su escudero e hizo que entrase. Entre ambos se mantiene un diálogo en el que Don Quijote hace saber a Sancho que ambos habían corrido la misma suerte de aventuras, y que uno era para el otro. Con este motivo le pregunta Don Quijote qué es lo que opinan los demás sobre él. Es la misma pregunta que un día hizo Jesucristo a sus discípulos. Sancho le dice que el vulgo le tiene por loco, y que los hidalgos y caballeros dan de él diversas opiniones. A esto Don Quijote le enseña que en la historia humana la virtud ha sido perseguida y los hombres grandes, calumniados, poniendo como ejemplos a Julio César, Alejandro Magno, Hércules, Don Galaor y Amadís de Gaula, su hermano. Añade Sancho que el bachiller Sansón Carrasco (recién llegado al pueblo desde Salamanca) decía que el autor del Quijote era un moro llamado Cide Hamete Berengena.

Consideraciones literarias y filosóficas. Muchas y sabrosas reflexiones podrían hacerse sobre el contenido de los capítulos mencionados del Quijote. Nos vamos a limitar a unas cuantas, que creemos más interesantes y sugestivas.

La locura de Don Quijote. No es la misma la opinión del vulgo que la del sabio. Aquella locura que se justifica con el idealismo, y aquella otra absorbida por el materialismo. Don Quijote está loco por un ideal, el propio del caballero andante. Es un «loco razonador», propiedad del paranoico. Caballero andante ha nacido y caballero andante ha de morir. Vulgar pensamiento sería el creer que la locura de Don Quijote procedía de tener el estomago vacío y el cerebro lleno de aire. La locura del idealista, del romántico, es algo innato en aquel a quien Dios ha deparado una misión grande en el mundo.

Orlando y Angélica. Uno de tantos ejemplos que menciona Don Quijote para demostrar la realidad y verdad de los héroes y heroínas de los libros de caballerías, y lo comprueba con la autoridad de dos poetas españoles: Barahona de Soto y Lope de Vega. Pudo también haber citado a Góngora en su Romance de Angélica y Medoro, donde se dice: «No hay verde fresno sin letra –ni blanco chopo sin mote: –si un valle «Angélica» suena, –otro «Angélica» responde.»

Solidaridad entre Don Quijote y Sancho Panza. Es extraño que anden juntos el idealismo y el materialismo. Sin embargo, la vida y aventuras de los protagonistas de la obra cervantina se desarrollan conjuntamente. De ahí la protesta de Don Quijote ante las quejas de su escudero. En realidad, como dice Don Quijote, «juntos salieron, juntos fueron y juntos peregrinaron: una misma fortuna, una misma suerte ha corrido para los dos». Por lo que dice el cura que «los forjaron a los dos en una misma turquesa». Las locuras del señor se conjugan con las necedades del criado. No hay idealismo sin una dosis de materialismo, y viceversa.

Crítica de algunas ideas de Unamuno. En la Vida de Don Quijote y Sancho (Col. Austral, vol. 33, pág. 114), escrito por don Miguel de Unamuno, leemos al lado de un sabroso comentario lleno de pensamientos profundos, algunas expresiones impropias de un creyente y de un filósofo. Porque si es verdad que la fe del héroe se alimenta de sus seguidores, es manifiesta, verdadera y categórica herejía el sostener que la fe del creyente alimenta a Dios, en el sentido de que Dios dependa del creyente. Si es idolatría cuando la fe se termina en lo material de las imágenes que veneramos, y es así como adoran los idólatras a sus ídolos, creyéndolos dioses, cual se expresa Luis de Góngora en los versos citados por Unamuno en su comentario, no obstante, cuando la fe se termina en la realidad divina, en la que pensamos y la que sentimos en nuestra alma, aunque no la veamos con nuestros ojos, entonces no es idolatría, ni disfraz de idolatría, sino verdadera religión. Comentar el Quijote dejándose llevar por un subjetivismo exagerado, sería una locura que degeneraría en lo vulgar. El Quijote es idealismo con base real, verdad objetiva. Ni es materialismo puro, ni fetichismo, ni panteísmo. La novela de Cervantes es mezcla de sentido común, superado por un sentido espiritual, imbuido todo ello en la nobleza y la fe, propias de todo caballero andante.

El autor del Quijote. Si bien Cervantes se inspirase para escribir algunas aventuras y episodios en algunos autores y obras anteriores, se plantea el problema de quién sea el autor de la famosa novela Don Quijote de la Mancha. Porque Sansón Carrasco decía que el autor fue un moro llamado Cide Hamete Berengena (o Benengeli) y que fue traducida del árabe por un curioso escritor. Un periodista llamado don José de Benito ha demostrado en el ABC que aquellas tres palabras son el anagrama de «Yo Mighel de Cerbantes Saavedra. Horto igni (= aspiro a la luz = fama).» Hay en el Quijote otros anagramas cuya transcripción responde a personajes reales. No hay duda del autor real y legítimo de la novela de caballerías más famosa del mundo.

Conclusión. Nada hemos dicho sobre la lengua de Cervantes. Justo es reconocer las cualidades literarias que sobresalen en la novela. Basta con fijarse en algunos párrafos de los dos capítulos, materia de nuestro análisis. Por ejemplo: «¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo y yo loco, y yo enfermo, y yo atado? Así pienso llover como pensar ahorcarme.» «¿Quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula?» «¿Quién más…?, &c.» «Juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos.» «¿Qué es lo que dicen de mí por ese lugar?» «En qué opinión…, &c.»

Triste condición la de los grandes hombres, pues en su vida son perseguidos y calumniados, y sólo después de muertos les ponen los laureles. Por eso dice Don Quijote: «Dondequiera que está la virtud, en eminente grado es perseguido; pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia.» Nada de particular que en una de las vidas de Cervantes se diga, aplicándolo a él, lo siguiente: «La sociedad acostumbra premiar ampliamente a los entes más nulos e idiotas con las recompensas debidas al valor, a la virtud y al talento, mientras tolera que el filósofo, el hombre pensador, viva pobre, desgraciado y miserable, con toda su virtud en el seno de la nación misma a quien ilustra con su saber.» Es que la semilla no da fruto si no se destruye primero, ni el vaso derrama su perfume sin antes sacudirlo o romperlo, ni salta la luz si no se hiere la piedra. Y es que los justos y los dignos tienen que sufrir para que sus ideas se conozcan y se extiendan, porque la escuela del sufrimiento templa, y la arenga del combate vigoriza las almas. Los genios privilegiados siempre han seguido la misma suerte. No podía ser una excepción don Miguel de Cervantes Saavedra, el autor genuino del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Ángel Rodríguez Bachiller
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